Fluye el tiempo, y con él, la memoria. Y si vivimos de cara al futuro es porque también recordamos nuestro pasado. Las arrugas y cicatrices que revelan parte de lo que hoy somos. Cuando el pasado se pierde o se trata de ocultar en las neblinas del tiempo, nos extraviamos. Sin embargo, “todo está clavado en la memoria, espina de la vida y de la historia”.
Cada 2 de abril queremos y debemos recordar a quienes fueron los verdaderos protagonistas de una gesta nacional que se forjó hace 30 años atrás y que produjo un impacto decisivo en nuestra historia. Y sin embargo, ellos, los caídos por Malvinas durante el conflicto y en los años que siguieron, así como nuestros veteranos de Malvinas, siguen en lucha, por sus vidas y familias, por nuestro país, por nuestra memoria.
Recuerda el veterano Daniel Terzano que cuando regresaron al continente, él y sus compañeros viajaron a Buenos Aires en un avión de la Aerolínea “Austral”. La compañía era estatal y el personal tenía órdenes de no servirles nada durante el vuelo. Pero la tripulación, en un gesto inolvidable, hizo una colecta y con dinero propio compraron algo de comida para todos.
Aquellos supuestos jefes que los habían enviado meses antes a una guerra absurda con el fin de sostener un modelo político autoritario, y un modelo económico excluyente, ahora los negaban, tratando de ocultar sus miserables maniobras. Así se intento engañar a la memoria de los argentinos, cubrirla con un manto de olvido.
La misma dictadura que reprimía ilegalmente a su pueblo, lo había mandado a la guerra, y trataba, finalmente, cubrir sus acciones, sabiendo que su tiempo se acababa.
Malvinas fue una recuperación, si, porque como consecuencia inmediata, los argentinos nos dimos cuenta que debíamos recuperar la democracia. Y así fue. Ese conflicto infame diseñado para sostener un gobierno de facto fue, paradójicamente, el inicio de la libertad, y no pudo manchar a dos de sus pilares fundamentales.
El primero de ellos permanece inalterable, sólido en justicia y razones. Se trata de los derechos argentinos sobre las Islas Malvinas. El derecho Internacional, las resoluciones de Naciones Unidas, la historia, la geografía, nos asisten, reconocen que se trata de suelo argentino. Solo la avidez de un colonialismo anacrónico pero vivo, sostiene una posición en contrario. Cada vez que funcionarios de la corona salen argumentar su posición, sus palabras se revelan torcidas y sin sustento, como, por ejemplo, el querer revertir el carácter de imperialista nuestro país, según dichos recientes, o mantener por la prepotencia del poder militar una situación ya condenada, por ejemplo, en Naciones Unidas.
¿Quién puede negar la razón que asistía a aquellos que en 1982 se emocionaron con la recuperación de nuestro territorio? Si claramente la dictadura utilizó ese legítimo sentir nacional para sus propios fines, al igual que quienes detentaban el gobierno inglés, utilizaron las armas en beneficio propio. Tampoco debemos inflamar una tensión con el pueblo inglés, ellos también se vieron llevados por las fuerzas ocultas de los mezquinos intereses. Ni Galtieri ni Tatcher buscaban otra cosa que no fueran sus apetencias políticas, mientras miles de personas eran arrastradas a la violencia. Las guerras las ordenan unos pocos para que miles de personas de distintos pueblos las sufran. La cultura del verdadero humanismo nos une, como pudo unir Juan López y John Ward, a José Hernandez y Corad, como Roger Water y León Gieco. Es que dice nuestro León : La cultura es la sonrisa con fuerzas milenarias, ella espera mal herida, prohibida o sepultada a que venga el señor tiempo y le ilumine otra vez el alma. Hoy vemos, leemos algunos llamados de quienes encuentran en el otro solo un enemigo con el que pelear. A ellos les decimos, por favor, no caigan en la trampa que destruir es más fácil que construir. Dejemos que el rencor ceda al intercambio fructífero de los pueblos. La cultura es la razón de vida de toda la humanidad, es a ella a quien debemos abrazar y no dejarnos ganar por los odios y enconos de la guerra, la invención más inhumana y anticultural que podamos imaginar.
Pero también tenemos que tener claro que una opción por la vida y la cultura no es incompatible con reclamar por nuestros legítimos derechos, con recordar, con hacer historia de verdad, reconociendo que Malvinas no fue un hecho aislado, que está inscripto en un marco de fuerzas coloniales que luchen por subsistir, por transformarse y seguir operando, tratando de generar un proceso de “des-malvinización” que denunciamos. No somos inocentes para no entender que intereses políticos y económicos quieren operar en nuestro país desde su nacimiento mismo, y que Malvinas es el escalón de una construcción que pretende seguir vigente infiltrando en su provecho nuestra sociedad, y que para seguir pasando inadvertida necesita que se olvide la guerra, que no se entiendan las relaciones de poder subyacentes, que se oculte a sus protagonistas. Para esa des-malvinización que pretenden imponernos, nada mejor que alzar la voz, que debatir, que recordar.
Y ese intento nefasto de des-malvinización nos lleva a pensar el segundo de los pilares que hoy recordamos: se trata nuestros caídos y veteranos de Malvinas, cuyas personas permanecen puras y reclamantes, cada vez más gigantes con el paso del tiempo. Ellos son nuestra historia, ellos son nuestra memoria.
En un documental extranjero le preguntaban al padre de un soldado caído en Malvinas, frente a su cruz en el cementerio en las Islas, si no pensaba que su hijo había muerto en vano, a lo cual respondió. No. Antes no había argentinos en las islas, ahora está mi hijo y sus compañeros.
Con privaciones, sin alimentos ni abrigo, pero también sosteniendo patria ante fuerzas inmensas, esperando con sentimientos encontrados en el continente el momento en que serían llevados al teatro de operaciones, rezando, hablando con compañeros, aguantando con orgullo y valentía, plantando cara a todo lo que les enviara la maquinaria militar de una potencia, sufriendo luego en la sociedad la tristeza del olvido y del desamparo, casi como si aun estuvieran en las islas, viendo también morir a sus compañeros, los que antes caían en la trinchera ahora caían en la desolación de los años siguientes; no se quejan del trago que les tocó, al contrario, a pesar del dolor lo asumen. Es que se trata de héroes, con rostro humano, por supuesto. Con los años han seguido militando para protegerse. Con los años también, empezamos a reconocerles el justo lugar que merecen.
Y aquí están, solo tenemos que ver. Es nuestro deber acompañarlos protegerlos con memoria afectiva, cada vez que pensemos Malvinas y nuestra democracia, sabiéndolos hacederos de ellas. Pero también con memoria efectiva traducida en pensiones y hospitales, con ayudas familiares y trabajo. Se lo han ganado, se lo debemos y por nuestra historia que corresponde.
Las Malvinas son Argentinas y tenemos razones y derechos genuinos que lo sostienen, y no las hemos de olvidar.
Nuestro caídos y veteranos son nuestra historia, sangre noble de nuestro presente y futuro, y no les hemos de olvidar.