sábado, 13 de octubre de 2018

Tránsito Complejo, la absurda tragedia argentina


Edgar Morín, filósofo francés, ha explicado con fineza algo que parece una verdad sabida, pero que habitualmente ignoramos, y es la complejidad en la que estamos sumergidos. Tenemos tendencia a reducir nuestras visiones de la realidad y en consecuencia, reducimos las respuestas que ofrecemos dicha realidad.
            Hasta que no entendamos que la cuestión de la seguridad en el tránsito argentino es una cuestión compleja, seguiremos ofreciendo respuestas unidimensionales que no logran superar la dificultad.
            El problema es conocido, las estadísticas muestran que desde hace varios años, Argentina sufre la irreparable pérdida de un número de personas que se aproxima a 7.500 muertes, cientos de miles de lesionados, discapacitados, familias arruinadas. Millones de pesos utilizados en tratar de reparar de modo imperfecto situaciones trágicas.
            Eso si solo contamos los siniestros del tránsito, porque dicho sistema produce daños que también escapan a nuestra mirada como las incomodidades para sus usuarios, pérdida de tiempo, pérdida de humor y cientos de miles de peleas, agresiones, tensiones que se producen en ocasión del tránsito, o con posterioridad en el trabajo, la familia, el deporte, etc, solo porque nuestro humor llegó a un punto de irritabilidad que explota poco después.
            Para ser justos, no solo Argentina sufre éste problema, a lo largo del globo se registran situaciones similares, aunque su lectura aporta datos reveladores, digamos por ahora que en el año en todo el mundo mueren en siniestros viales cerca de 1.3 millones de personas
            El problema es pues complejo, lo que implica que su naturaleza está compuesta por muchas variables. Veamos algo de ello.
            La infraestructura
            Sin dudas que la infraestructura vial Argentina es deficiente, a modo de ejemplo digamos que la Ruta Nacional 33 que en su tramo que va desde Venado Tuerto a Rosario transporta vía camiones gran parte de la producción agraria del país, sigue siendo una cinta asfáltica de mano y contramano. Quienes allí vivimos sabemos que hay épocas del año en las que transitar es difícil, lento, riesgoso, que se producen muchísimos accidentes y muchos de ellos son fatales. Para muchos, todo se solucionaría con una buena autopista. Esa fue la respuesta ante el problema de la Ruta Nacional 9 en su tramo desde Rosario a Córdoba, se pensaba que la inauguración de la autopista entre ambas ciudades licuaría la siniestralidad, sin embargo, no fue así. Los accidentes se trasladaron de la ruta a la autopista. No cabe duda que cuánto mejor sea la infraestructura vial, el tránsito será más seguro, pero siendo condición necesaria, no es condición suficiente por sí sola.

            Los controles de tránsito.
            También se ha puesto el énfasis en el control, es decir, la solución es que los controles viales eviten los accidentes, dado que somos no ciudadanos, sino apenas infantes que deben ser alejados de los enchufes eléctricos, y por tanto es preciso que permanentemente el Estado esté presente para evitar que me exceda en la velocidad, para que se respete el semáforo, use el casco o cinturón de seguridad. Hacer descansar la responsabilidad en el otro descansa, es decir, yo no soy responsable de mis actos, es otro el que debe hacerme respetar las reglas de tránsito y si cometo infracciones es culpa del Estado que no me controla. Lo cierto es que la responsabilidad primera es de quien conduce, como se explica en la ONG el elemento más importante de un vehículo es el que se ubica entre el asiento y el volante, es decir, el conductor. Los controles son absolutamente necesarios, pero por definición los controles son porcentuales. Me explico, es imposible controlar al 100 por ciento del tránsito porque eso implicaría una mirada de control de absolutamente cada centímetro circulado por el tránsito en la Argentina, lo cual es imposible, aquí y en cualquier parte del mundo. Por tanto los controles existen para encontrar a un cierto porcentaje de personas que deciden colgarse del sistema, pero no cumplirlo. Estos free ryders no cumplen con las reglas de tránsito, pero necesitan que el resto sí las cumpla porque si no, no habría sistema del cual colgarse sino un caos generalizado de imposible circulación. El problema es que si éste porcentaje supera ciertos niveles, destruye al sistema de trásito.
            En consecuencia los controles son sumamente necesarios para depurar el sistema, para mantenerlo, pero es muy mala idea construirlo solo sobre tal piedra angular, porque ya sabemos que por su naturaleza, los controles serán selectivos.

            La sanción.
            Otra de las respuestas unidireccionales que suelen ensayarse es que somos hijos del rigor, y como tales debemos ser castigados con dureza siendo la única posibilidad de que entendamos las cosas. Deberíamos ponernos de acuerdo, quizás en primer lugar, acerca de qué entendemos por pena, cuál es su naturaleza y función, pero no es éste el momento, por lo que hablemos de lo que la sociedad entiende por penas duras, es decir, habitualmente se entiende penas más duras en tránsito, multas más altas. Digamos que la sanción debe ser legal, lo que implica tener una ley previa como base; debe ser justa, entendiendo por tal una atribución de responsabilidad proporcional entre la conducta y la sanción, pero también debe ser posible, es decir, que esté contextualizada a la sociedad en la que se aplica. Multas elevadas terminan por no cumplirse nunca, o por optarse por pagar a un abogado para que nos realice un descargo. Pero además, ¿estamos seguros que el pago de una multa hará que todo el mundo la tenga en cuenta al momento de conducir? El que tiene dinero paga y sigue, el que no tiene dinero, ni bienes a su nombre realmente tiene algo que perder y por el cual respetar. Se cuenta que en la Inglaterra que colgaba carteristas, sus colegas aprovechaban la aglomeración de personas que presenciaban la ejecución para robarles la cartera. La pena disuade la conducta? Porque entonces si colocamos pena de muerte por un exceso de velocidad, desaparecería tal infracción. Los Estados de Norteamérica que incluyen la pena de muerte como sanción al homicidio, han disminuido los asesinatos?
            Entonces, ¿la pena no importa? Claro que sí, estamos hablando de un sistema construido con normas jurídicas, por tanto la posibilidad de sanción debe estar presente sin dudas, porque la impunidad, entendiendo por tal el sentir que una sociedad tiene acerca de que quienes infringen las leyes no serán sancionados, es gravísima y destruye cualquier sistema, pero si pensamos que vamos a construir el sistema sobre la base del temor a una sanción estamos equivocados, ya decía Napoleón que las bayonetas pueden servir para conseguir un trono, pero no para sentarse en él. Un sistema de tránsito necesita como elemento clave la sanción de los infractores, pero nunca se podrá fundar el sistema en esa posibilidad.

            La licencia de conductor.
            La mejora en ciertas jurisdicciones es palpable. Los centros de emisión responsables que realizan las pruebas a conciencia son muchos. Sin dudas es un reclamo que se escucha que un carnet de conducir “no debe darse a cualquiera”, salvo que se trata de mi mismo o una persona cercana, en cuyo caso si no se otorga la licencia provoca reacciones de violencia, ira, y finalmente el corrimiento hacia centros de otorgamiento “flexibles” que en combo ofrecen cambio de domicilio en el DNI y Licencia de conducir. (nota: cientos de personas pasan a tener un DNI con domicilio en “zona rural” de una localidad y a poco que se les pregunta, no saben la ubicación del inmueble, no son titulares de ningún inmueble, ni recuerdan quien les alquila o presta el inmueble).

            La instrucción vial
            Se reclama con fuerza que “el tránsito” debería enseñarse en las escuelas e incluso que debe incluirse en el diseño curricular y de hecho en algunas jurisdicciones así es, y en otras son constantes las charlas o talleres que se brindan a los alumnos., Por supuesto que ésto es beneficioso y cuanta más conocimiento podamos construir con los alumnos sobre el tema, mejor. Es más, cuantos más cursos, programas, seminarios, ONG existan y se brinden, más oportunidades tendremos de mejorar. No obstante la fundación Luchemos por la Vida aporta una estadística interesante: las reglas de tránsito más utilizadas son conocidas por el 80% de las personas. Es decir, el bloque grueso de reglas de tránsito nos es familiar y conocido, se lo reconoce sin dificultad. La cuestión es que se pueden conocer las reglas de tránsito completas, pero no solo ay que conocerlas, hay que estar dispuestos a cumplirlas. Quizás lo importante sea no solo enseñar las reglas de tránsito y conducción, sino también reforzar la vieja materia de Instrucción Cívica, hoy ciudadanía, educando en valores y deberes, para no solo conocer las reglas sino también estar dispuestos a cumplirlas.

            El factor Humano
            Respecto del comportamiento de las personas en el tránsito hay dos miradas interesantes, uno corresponde a jurista Carlos Nino y el otro al antropólogo Carlos Wright.
            Nino habla de la “anomia boba”, es decir, el incumplimiento normativo ineficiente. En Argentina un sector extenso de la población ha decidido culturalmente incumplir las normas generando consecuencias disvaliosas tanto para el incumplidor como para el resto de la sociedad; y como ejemplo coloca al sistema de normas viales. Tal inobservancia no solo perjudica a quien incumple sino también a terceros, un exceso de velocidad puede hacerme chocar y sufrir las consecuencias, pero también puede verse involucrado un tercero que circulaba correctamente y sufrir las consecuencias del siniestro. Plus, se resiente el sistema completo, lo cual involucra a toda la sociedad.
            Pablo Wright habla por un lado de la “rebeldía vial”, un incumplimiento normativo que encuentra cierto fundamento en el pasado autoritario reciente de Argentina, que lleva a sus ciudadanos a desconocer las relaciones de autoridad y obediencia. Por otra parte indica que se verifica un fenómeno en el cual en nuestro país las señales de tránsito se toman como símbolos de interpretación abierta y no como signos de interpretación estricta. Un cartel de “PARE” es un signo cuya interpretación estricta es detener el vehículo, quedar en posición estática. Sin embargo el argentino lo ve como un símbolo de interpretación abierta y claro, subjetiva, por lo que PARE es disminuir la velocidad y solo parar si viene otro vehículo, o parar, salvo que sea de noche y entonces en miras a la inseguridad no paro, no parar si estoy apurado, distraído, si tengo problemas laborales, familiares, etc.
            Lo cierto es que analizando la siniestralidad vial, las causas más importantes son exceso de velocidad, imprudencia en la conducción, distracción por celulares, alcoholemia, falta de uso del casco o el cinturón de seguridad. Todas estas acciones están en dominio del conductor que opta por no cumplir las normativas a sabiendas, o interpretarlas a su gusto, lo cual es peor porque se piensa que se está cumpliendo y no se reconoce el error.
            También las estadísticas dan cuenta que el argentino es fuertemente agresivo tanto en el modo de conducir (alta velocidad, temeridad en las maniobras, no respetar las prioridades de paso, las señales de tránsito, etc) como en su interrelación con otros usuarios del sistema (gestos, insultos, miradas, bocinas, sorna, etc). Otra estadística nos dice que la mayoría de los argentinos cree que maneja mejor que el resto de los argentinos, actitud de soberbia que se traduce en un claro desprecio por los derechos de los demás.

            Esquizofrenia social
            La sociedad argentina reclama controles pero esos mismos ciudadanos los eluden, reclama multas altas pero luego se violentan cuando les toca pagarlas, reclaman licencias estrictas pero luego van a centros de emisión más flexibles, reclaman más instrucción vial y luego, delante de sus hijos, no cumplen ninguna regla de tránsito conocida. Reclamamos como ciudadanos de primer mundo y cumplimos como el peor de los países del mundo. Si no estamos dispuestos a cumplir nuestros deberes, ¿cómo podemos reclamar nuestros derechos?

            Conclusión.
            El problema del tránsito no es solo un fenómeno argentino sino que es mundial, pero en Argentina alcanza niveles intolerables de muertes, lesiones, pérdidas económicas y caos circulatorio. Es un problema complejo y requiere soluciones complejas. Esto quiere decir que no hay soluciones mágicas sino políticas de estado eficientes y sostenidas en el tiempo, acompañadas por un cambio cultural que mejore nuestro nivel de ciudadanía. Poco puede lograr el estado sin la participación de cada uno de los ciudadanos en un compromiso que lo incluye como actor y beneficiario. Mientras esto no suceda, seguiremos repitiendo absurdamente, año tras año, una tragedia evitable.


lunes, 8 de enero de 2018

JUEGOS DE GUERRA

Una palabra o un gesto, incluso hoy en día tan solo un twitt. Casi como un “efecto mariposa” (el aleteo de una mariposa en Brasil provoca un tifón en Texas, Edward Norton Lorenz) un simple comentario de de un líder mundial puede tener consecuencias insospechadas en otros países. Donald Trump declaró que reconoce (él, lo que implica EEUU) que la capital del Estado de Israel es Jerusalén, y que ha dado órdenes de iniciar el proceso de traslado de la Embajada (puede llevar años organizar ese nuevo emplazamiento). La respuesta no se hizo esperar y parte del mundo árabe y musulmán ya se ha pronunciado en contra de la decisión generando tensión y desequilibrio en una de las zonas más calientes del planeta, incluso en Palestina la organización Hamás ha pedido al pueblo una nueva  Intifada, es decir, el levantamiento en rebelión de los palestinos contra Israel. No está claro que esto suceda efectivamente, pero el llamamiento realizado es ya en sí mismo un hecho político grave. A espaldas de toda una construcción delicada del orden internacional en Medio Oriente, Trump irrumpió como un elefante en un bazar.
También debemos sumar a ésta historia que en los meses anteriores el Presidente Norteamericano inició una suerte de comedia dialéctica con el Autócrata de Corea del Norte en la cual ambos van subiendo el nivel de amenazas verbales y gestuales sobre un enfrentamiento armado, incluyendo las pruebas misilísticas de los Coreanos y los ejercicios navales y aeronáuticos de los estadounidenses, friccionado peligrosamente el límite entre los gestos y las provocaciones, que sabemos cuándo empezaron pero no dónde terminan.
Algunos atribuyen a estos gestos de Trump la evidencia de un desequilibrio mental del magnate devenido presidente, o a su soberbia o fanfarronería. Entiendo que no  es así. Detrás de cada acto de Trump se mueven los hilos de riesgos calculados en pos de objetivos internacionales y locales.
La cuestión Jerusalén puso al mundo Árabe en la situación de tomar posiciones, y con tan solo un gesto Trump logró ampliar una grieta entre Irán, que se opone a la declaración de Jerusalén como capital de Israe,) y Arabia Saudita, que tomó una postura condescendiente al ser tradicional aliado de EEUU; a su vez Arabia Saudita está fuertemente enfrentada a Irán, de hecho, ambos están beligerando a través de sus apoyos en la guerra civil de Yemen, recordando a los años de la guerra fría en los que EEUU y URSS lo hacía veladamente en Corea o Vietnam.
Recordemos ahora que Irán, Corea del Norte e Irak fueron declarados por EEUU en 2002 como el “Eje del Mal”, y un segundo eje puso en esa situación a Libia, Siria y Cuba. Tres de esos países fueron destrozados militarmente (Libia, Siria e Irak) y sobre los otros tres (Corea del Norte, Irán y Cuba), se mantienen las sanciones y municiones diplomáticas. Los influyentes complejos de producción bélica, agradecidos.
¿Son inocuos estos juegos diplomáticos? Ya vemos que hay tres países que pueden afirmar lo contrario. La pregunta es si estos juegos pueden repetirse con Irán y los Norcoreanos sin perjuicio tanto para estos países como para todo el mundo.
En el final de Guerra Fría la película “Juegos de Guerra” (“War Games”, 1983, dir. John Badham) propone, con una anticipación extraordinaria, que el sistema misilísitico defensivo de EEUU está bajo el control de WORP, una IA (inteligencia artificial) a quien denominan “Joshua” (que era el  nombre del hijo fallecido del creador de la IA, las referencias religiosas son obvias). Lo cierto es que Joshua toma un hackeo accidental del sistema como el inicio de un juego de estrategia bélica, y en un determinado momento lo considera real y se apresta a lanzar un ataque nuclear fulminante contra la URSS. Como toda IA, la clave está en que sus algoritmos les permite aprender por sí mismas y el protagonista, el adolescente hacker que inició el “juego de guerra” le pide a Joshua que aprenda a jugar “tres en línea o, para nosotros, ta-te-ti; la IA lo hace y concluye que es un juego donde no hay ganadores, luego revisa todas las posibilidades del juego de guerra que se disponía a lanzar y en todos sus análisis concluye lo mismo: toda opción de guerra que puede prever termina sin ganadores puesto que todo el mundo es destruido, y detiene el ataque. Joshua comunica a los humanos del bunker militar que la guerra es un juego extraño en el que “la mejor jugada para ganar, es no jugar”.
Y ahí están los líderes mundiales, jugando sus Juegos de Guerra para lograr poder, dinero, o prestigio, poniendo en el tablero a países y pueblos como si fueran piezas sacrificables cuyo dolor y sufrimiento son solo datos, meras frías estadísticas. Deberían saber ya, que hay otros muchos juegos que ganar como el hambre, la pobreza, la ecología, el desarrollo, en los que hay un marcador que remontar. Pero insisten en los Juegos de Guerra en los que todos, menos ellos, saben que la mejor jugada es no jugar.
  Por EMILIO ARDIANI.
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