Edgar
Morín, filósofo francés, ha explicado con fineza algo que parece una verdad
sabida, pero que habitualmente ignoramos, y es la complejidad en la que estamos
sumergidos. Tenemos tendencia a reducir nuestras visiones de la realidad y en
consecuencia, reducimos las respuestas que ofrecemos dicha realidad.
Hasta que no entendamos que la
cuestión de la seguridad en el tránsito argentino es una cuestión compleja,
seguiremos ofreciendo respuestas unidimensionales que no logran superar la
dificultad.
El problema es conocido, las
estadísticas muestran que desde hace varios años, Argentina sufre la
irreparable pérdida de un número de personas que se aproxima a 7.500 muertes,
cientos de miles de lesionados, discapacitados, familias arruinadas. Millones
de pesos utilizados en tratar de reparar de modo imperfecto situaciones
trágicas.
Eso si solo contamos los siniestros
del tránsito, porque dicho sistema produce daños que también escapan a nuestra
mirada como las incomodidades para sus usuarios, pérdida de tiempo, pérdida de
humor y cientos de miles de peleas, agresiones, tensiones que se producen en
ocasión del tránsito, o con posterioridad en el trabajo, la familia, el
deporte, etc, solo porque nuestro humor llegó a un punto de irritabilidad que
explota poco después.
Para ser justos, no solo Argentina
sufre éste problema, a lo largo del globo se registran situaciones similares,
aunque su lectura aporta datos reveladores, digamos por ahora que en el año en
todo el mundo mueren en siniestros viales cerca de 1.3 millones de personas
El problema es pues complejo, lo que
implica que su naturaleza está compuesta por muchas variables. Veamos algo de
ello.
La infraestructura
Sin dudas que la infraestructura
vial Argentina es deficiente, a modo de ejemplo digamos que la Ruta Nacional 33
que en su tramo que va desde Venado Tuerto a Rosario transporta vía camiones
gran parte de la producción agraria del país, sigue siendo una cinta asfáltica
de mano y contramano. Quienes allí vivimos sabemos que hay épocas del año en
las que transitar es difícil, lento, riesgoso, que se producen muchísimos
accidentes y muchos de ellos son fatales. Para muchos, todo se solucionaría con
una buena autopista. Esa fue la respuesta ante el problema de la Ruta Nacional
9 en su tramo desde Rosario a Córdoba, se pensaba que la inauguración de la
autopista entre ambas ciudades licuaría la siniestralidad, sin embargo, no fue
así. Los accidentes se trasladaron de la ruta a la autopista. No cabe duda que
cuánto mejor sea la infraestructura vial, el tránsito será más seguro, pero
siendo condición necesaria, no es condición suficiente por sí sola.
Los controles de tránsito.
También se ha puesto el énfasis en
el control, es decir, la solución es que los controles viales eviten los
accidentes, dado que somos no ciudadanos, sino apenas infantes que deben ser
alejados de los enchufes eléctricos, y por tanto es preciso que permanentemente
el Estado esté presente para evitar que me exceda en la velocidad, para que se
respete el semáforo, use el casco o cinturón de seguridad. Hacer descansar la
responsabilidad en el otro descansa, es decir, yo no soy responsable de mis
actos, es otro el que debe hacerme respetar las reglas de tránsito y si cometo
infracciones es culpa del Estado que no me controla. Lo cierto es que la
responsabilidad primera es de quien conduce, como se explica en la ONG el
elemento más importante de un vehículo es el que se ubica entre el asiento y el
volante, es decir, el conductor. Los controles son absolutamente necesarios,
pero por definición los controles son porcentuales. Me explico, es imposible
controlar al 100 por ciento del tránsito porque eso implicaría una mirada de
control de absolutamente cada centímetro circulado por el tránsito en la
Argentina, lo cual es imposible, aquí y en cualquier parte del mundo. Por tanto
los controles existen para encontrar a un cierto porcentaje de personas que
deciden colgarse del sistema, pero no cumplirlo. Estos free ryders no cumplen
con las reglas de tránsito, pero necesitan que el resto sí las cumpla porque si
no, no habría sistema del cual colgarse sino un caos generalizado de imposible
circulación. El problema es que si éste porcentaje supera ciertos niveles, destruye
al sistema de trásito.
En consecuencia los controles son
sumamente necesarios para depurar el sistema, para mantenerlo, pero es muy mala
idea construirlo solo sobre tal piedra angular, porque ya sabemos que por su
naturaleza, los controles serán selectivos.
La sanción.
Otra de las respuestas
unidireccionales que suelen ensayarse es que somos hijos del rigor, y como
tales debemos ser castigados con dureza siendo la única posibilidad de que
entendamos las cosas. Deberíamos ponernos de acuerdo, quizás en primer lugar,
acerca de qué entendemos por pena, cuál es su naturaleza y función, pero no es
éste el momento, por lo que hablemos de lo que la sociedad entiende por penas
duras, es decir, habitualmente se entiende penas más duras en tránsito, multas
más altas. Digamos que la sanción debe ser legal, lo que implica tener una ley
previa como base; debe ser justa, entendiendo por tal una atribución de
responsabilidad proporcional entre la conducta y la sanción, pero también debe
ser posible, es decir, que esté contextualizada a la sociedad en la que se
aplica. Multas elevadas terminan por no cumplirse nunca, o por optarse por
pagar a un abogado para que nos realice un descargo. Pero además, ¿estamos
seguros que el pago de una multa hará que todo el mundo la tenga en cuenta al
momento de conducir? El que tiene dinero paga y sigue, el que no tiene dinero,
ni bienes a su nombre realmente tiene algo que perder y por el cual respetar.
Se cuenta que en la Inglaterra que colgaba carteristas, sus colegas
aprovechaban la aglomeración de personas que presenciaban la ejecución para
robarles la cartera. La pena disuade la conducta? Porque entonces si colocamos
pena de muerte por un exceso de velocidad, desaparecería tal infracción. Los
Estados de Norteamérica que incluyen la pena de muerte como sanción al
homicidio, han disminuido los asesinatos?
Entonces, ¿la pena no importa? Claro
que sí, estamos hablando de un sistema construido con normas jurídicas, por
tanto la posibilidad de sanción debe estar presente sin dudas, porque la
impunidad, entendiendo por tal el sentir que una sociedad tiene acerca de que
quienes infringen las leyes no serán sancionados, es gravísima y destruye
cualquier sistema, pero si pensamos que vamos a construir el sistema sobre la
base del temor a una sanción estamos equivocados, ya decía Napoleón que las
bayonetas pueden servir para conseguir un trono, pero no para sentarse en él.
Un sistema de tránsito necesita como elemento clave la sanción de los
infractores, pero nunca se podrá fundar el sistema en esa posibilidad.
La licencia de conductor.
La mejora en ciertas jurisdicciones
es palpable. Los centros de emisión responsables que realizan las pruebas a
conciencia son muchos. Sin dudas es un reclamo que se escucha que un carnet de conducir
“no debe darse a cualquiera”, salvo que se trata de mi mismo o una persona
cercana, en cuyo caso si no se otorga la licencia provoca reacciones de
violencia, ira, y finalmente el corrimiento hacia centros de otorgamiento “flexibles”
que en combo ofrecen cambio de domicilio en el DNI y Licencia de conducir.
(nota: cientos de personas pasan a tener un DNI con domicilio en “zona rural”
de una localidad y a poco que se les pregunta, no saben la ubicación del
inmueble, no son titulares de ningún inmueble, ni recuerdan quien les alquila o
presta el inmueble).
La instrucción vial
Se reclama con fuerza que “el
tránsito” debería enseñarse en las escuelas e incluso que debe incluirse en el
diseño curricular y de hecho en algunas jurisdicciones así es, y en otras son
constantes las charlas o talleres que se brindan a los alumnos., Por supuesto
que ésto es beneficioso y cuanta más conocimiento podamos construir con los
alumnos sobre el tema, mejor. Es más, cuantos más cursos, programas, seminarios, ONG existan y se brinden, más oportunidades tendremos de mejorar. No obstante la fundación Luchemos por la Vida
aporta una estadística interesante: las reglas de tránsito más utilizadas son
conocidas por el 80% de las personas. Es decir, el bloque grueso de reglas de
tránsito nos es familiar y conocido, se lo reconoce sin dificultad. La cuestión
es que se pueden conocer las reglas de tránsito completas, pero no solo ay que
conocerlas, hay que estar dispuestos a cumplirlas. Quizás lo importante sea no
solo enseñar las reglas de tránsito y conducción, sino también reforzar la
vieja materia de Instrucción Cívica, hoy ciudadanía, educando en valores y
deberes, para no solo conocer las reglas sino también estar dispuestos a
cumplirlas.
El factor Humano
Respecto del comportamiento de las
personas en el tránsito hay dos miradas interesantes, uno corresponde a jurista
Carlos Nino y el otro al antropólogo Carlos Wright.
Nino habla de la “anomia boba”, es
decir, el incumplimiento normativo ineficiente. En Argentina un sector extenso
de la población ha decidido culturalmente incumplir las normas generando
consecuencias disvaliosas tanto para el incumplidor como para el resto de la
sociedad; y como ejemplo coloca al sistema de normas viales. Tal inobservancia
no solo perjudica a quien incumple sino también a terceros, un exceso de
velocidad puede hacerme chocar y sufrir las consecuencias, pero también puede
verse involucrado un tercero que circulaba correctamente y sufrir las
consecuencias del siniestro. Plus, se resiente el sistema completo, lo cual
involucra a toda la sociedad.
Pablo Wright habla por un lado de la
“rebeldía vial”, un incumplimiento normativo que encuentra cierto fundamento en
el pasado autoritario reciente de Argentina, que lleva a sus ciudadanos a
desconocer las relaciones de autoridad y obediencia. Por otra parte indica que
se verifica un fenómeno en el cual en nuestro país las señales de tránsito se
toman como símbolos de interpretación abierta y no como signos de
interpretación estricta. Un cartel de “PARE” es un signo cuya interpretación
estricta es detener el vehículo, quedar en posición estática. Sin embargo el
argentino lo ve como un símbolo de interpretación abierta y claro, subjetiva,
por lo que PARE es disminuir la velocidad y solo parar si viene otro vehículo,
o parar, salvo que sea de noche y entonces en miras a la inseguridad no paro,
no parar si estoy apurado, distraído, si tengo problemas laborales, familiares,
etc.
Lo cierto es que analizando la
siniestralidad vial, las causas más importantes son exceso de velocidad,
imprudencia en la conducción, distracción por celulares, alcoholemia, falta de
uso del casco o el cinturón de seguridad. Todas estas acciones están en dominio
del conductor que opta por no cumplir las normativas a sabiendas, o
interpretarlas a su gusto, lo cual es peor porque se piensa que se está
cumpliendo y no se reconoce el error.
También las estadísticas dan cuenta
que el argentino es fuertemente agresivo tanto en el modo de conducir (alta
velocidad, temeridad en las maniobras, no respetar las prioridades de paso, las
señales de tránsito, etc) como en su interrelación con otros usuarios del
sistema (gestos, insultos, miradas, bocinas, sorna, etc). Otra estadística nos
dice que la mayoría de los argentinos cree que maneja mejor que el resto de los
argentinos, actitud de soberbia que se traduce en un claro desprecio por los
derechos de los demás.
Esquizofrenia social
La sociedad argentina reclama
controles pero esos mismos ciudadanos los eluden, reclama multas altas pero
luego se violentan cuando les toca pagarlas, reclaman licencias estrictas pero
luego van a centros de emisión más flexibles, reclaman más instrucción vial y
luego, delante de sus hijos, no cumplen ninguna regla de tránsito conocida.
Reclamamos como ciudadanos de primer mundo y cumplimos como el peor de los
países del mundo. Si no estamos dispuestos a cumplir nuestros deberes, ¿cómo
podemos reclamar nuestros derechos?
Conclusión.
El problema del tránsito no es solo
un fenómeno argentino sino que es mundial, pero en Argentina alcanza niveles
intolerables de muertes, lesiones, pérdidas económicas y caos circulatorio. Es
un problema complejo y requiere soluciones complejas. Esto quiere decir que no
hay soluciones mágicas sino políticas de estado eficientes y sostenidas en el
tiempo, acompañadas por un cambio cultural que mejore nuestro nivel de
ciudadanía. Poco puede lograr el estado sin la participación de cada uno de los
ciudadanos en un compromiso que lo incluye como actor y beneficiario. Mientras
esto no suceda, seguiremos repitiendo absurdamente, año tras año, una tragedia
evitable.
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