Ciudad Juárez, Estado mexicano de Chihuahua, 1993;
una niña de 12 años llamada Gladis Fierro aparece muerta y violada, y a ella le
siguen más mujeres, todas asesinadas, violadas, torturadas brutalmente,
mutiladas. Todas son jóvenes, fueron secuestradas, y sometidas a una violencia
física, sexual, moral que escarcha el alma. Son de origen humilde, trabajadoras
y luego de ser asesinadas son abandonadas en descampados de esa ciudad de
frontera, de borde, de límites violentados. A la fecha más de 700 mujeres han
sido víctimas de estos crímenes cruentos e impunes, porque la autoridad
mexicana da espaldas a éste feminicidio, la sociedad no reacciona e incluso
mira sospechosamente a las víctimas, mujeres jóvenes y humildes.
En 2009 la Corte Interamericana
de Derechos Humanos en la sentencia del caso conocido como “Campo Algodonero”
condenó al Estado Mexicano por no garantizar la vida y seguridad de estas
mujeres, lo condenó por no evitar la impunidad de estos crímenes, por
discriminar a las víctimas y sus familias.
La mexicana Marcela Legarde ha impulsado el término
feminicidio como la violencia contra la mujer por el solo hecho de serlo,
cometida por hombres, destacando el papel central que la falta de acción del
Estado tiene en la construcción de ésta violencia y que se integra a las
relaciones de poder de género. Dice Lagarde: “Quise que no se confundiera con
homicidio y se pensara que era la feminización de esa palabra; que fuera
parecida y diferente para incluir los crímenes misóginos contra mujeres y, de
manera central, la enorme tolerancia social y del Estado a la violencia contra
las mujeres y las niñas, con las consecuencias de impunidad e injusticia”.

Los cuerpos de estas mujeres, desde hace mas de 20
años, aparecen ininterrumpidamente siempre en descampados, expuestos a la
intemperie, casi como gritando, ya muertas, el desamparo estatal en el que
vivieron. Pero además sus cuerpos revelan una pavorosa tortura y mutilación,
explicando Rita Segato que el cuerpo femenino es territorio de poder, un
territorio propio de autonomía e identidad sobre el que se lucha por dominio y
liberación, esa violencia es expresiva de una relación de poder, de dominio
territorial que se quiere imponer. Segato lo vincula a una pedagogía de la
crueldad que atraviesa nuestra sociedad.
Debemos entender la ignominia de Ciudad Juarez porque
esa misma brutalidad la encontramos cuando el magnate devenido candidato Donald
Trump ataca a Hillary Clinton. Trump utilizó una expresión vinculada a una
penetración sexual que es sin dudas un ataque sexual al cuerpo femenino, cuerpo
sobre el que planta batalla de dominio y poder. Y que también se expresan en
cuerpos femeninos quemados con fuego, mutilados con ácido, con cicatrices
imborrables. Pero también debemos empezar a develar esas batallas libradas en
nuestra televisión, en el cine, en las escuelas, en nuestros trabajos y
familias, en amistades y clubes.
Imposible agotar el tema, las distintas miradas,
posiciones políticas, filosóficas, los matices que hasta el propio feminismo
tiene, e incluso el potente lenguaje que nos habita, pero al menos brevemente
abrimos el corazón y la voluntad a ésta batalla ineludible. ¿Puede un varón
entender totalmente el dramatismo de la situación? No lo se, pero ésta lucha no
puede sernos ajena, no debe serlo ni desde la emoción ni desde la voluntad de
hacer.
Cruces Rosas que en Ciudad Juárez representan a esas
jóvenes y sus familias, que se expanden y resuenan en el resto del mundo, en
nuestra Argentina, y que debemos ver y escuchar, para entender y actuar.