Hay una diferencia
importante entre los términos “migrantes” y “refugiados”, mientras los primeros
dejan su país en busca de una mejora en la calidad de vida, los segundos huyen
de su país por el miedo a los conflictos armados y persecuciones que sufren,
huyen para salvar la vida de su familia y volver no es una opción. El Derecho
Internacional asiste a los refugiados con el derecho de asilo, y no puede
impedírseles el ingreso o deportarlos para que regresen al país en el que su
vida o libertad está en grave y seguro peligro. Sin embargo todas las campañas
políticas europeas muestran a los candidatos vociferando que impedirán el
ingreso de los refugiados que son estigmatizados como la razón de los males
económicos de su país. Se construyen muros, se arman patrullas de control, se
levantan campamentos de emergencia de condiciones indignas para que estas
personas no se muevan y puedan ser devueltas. Cada año el flujo de familias que
intenta salvar la vida tratando de ingresar a Europa aumenta. El mediterráneo
los encuentra a bordo de embarcaciones atestadas que cuando naufragan producen
un desastre en pérdidas de vidas. Hasta la paradigmática muerte del pequeño
Aylan nadie, solo unos pocos, en la Unión Europea estaba dispuesto a mover un
dedo por ellos, salvo para deportarlos. La vieja y guerrera Europa, la Europa
de las luces, la Europa que migró hacia América cuando lo necesitó, la que se
expandió bajo la potencia del colonialismo, civilizada y cruel, se molesta con
los refugiados que llegan, y sobre los que, digámoslo, tiene responsabilidad.
El gran caudal de los
refugiados que hoy intenta llegar a Europa para salvar su vida proviene de tres
países, Afganistán, Libia y Siria. Afganistán está en guerra desde hace más de
30 años, allí combatieron los rusos, allí Estados Unidos mandó a sus asesores
para entrenar combatientes que luego formaron Al Qaeda, allí los Talibanes se
quedaron con las ruinas que dejaron los ejércitos rusos, los milicianos armados
por occidente y finalmente la coalición al mando de Bush. En Siria la guerra se
desató con la primavera Árabe, con Estados Unidos armando y asesorando a
quienes querían destituir al gobierno de Damasco de Bashar al- Assad, allí
surgió el Califato de Isis, el Estado Islámico, que se quedó con todo el material
bélico que occidente envió y lo utilizaron para profundizar una guerra civil
feroz. En Libia también llegó la primavera Árabe y Francia propició operaciones
aéreas de “protección” y bajo éste eufemismo derrocaron a Gadafi tan solo para
asegurar el petróleo libio dejando al resto del país en estado de guerra civil de
base tribal desde ese momento. En los tres países las operaciones militares
encabezadas por EEUU, Rusia y Europa dejaron una nación en guerra civil y
obligaron a millones de personas a huir desesperadas. Sobre esas personas se
discute si se las ayuda o no. Indignante.
La llamada “crisis del
mediterráneo” se refiere al flujo de refugiados que intenta llegar a Europa
cruzando dicho mar, en el primer semestre de 2015 fueron, según estimaciones de
la Agencia de Naciones Unidas para Refugiados, 137.000 personas. Solo en abril
a raíz de los hundimientos murieron 1038 personas y a lo largo del primer
semestre sería arriba de 1800 personas. A ésta altura del año las estimaciones
nos hablan de 225.000 personas refugiadas llegadas a Europa, estas cifras no
nos hablan de su sufrimiento, desarraigo, pérdida de salud y educación, no nos
hablan de las familias desmembradas, las amistades perdidas, la cultura
postergada, no nos hablan de los que
quedaron a merced de los “Señores de la Guerra”, muriendo y sufriendo bajo las
armas, la tortura, el hambre, las enfermedades, la pérdida de toda
infraestructura.
En Siria han huido 4
millones de personas a países vecinos y 8 millones se han desplazado en el
interior de su país, los muertos se cuentan en 250.000 personas. En Libia se
calculan 30.000 muertos y 200.000 desplazados, en Afganistán se calculan
150.000 muertes desde 2001. La miseria y el sufrimiento no parecen contarse, es
que se trata de gente que solo “cuenta” a la hora de sus muertes.
La situación de los
refugiados que llegan es caótica, sin dinero, alimentos, techo, documentos de
ingreso, con problemas de idioma, quedan a la merced de la policía y agentes de
fronteras que los persiguen como si de delincuentes se tratara. La ayuda ha
comenzado espontáneamente encabezada por la gente que se compadece, mientras
Ángela Merkel “reparte cuotas de recepción” entre los países y se digna a abrir
sus fronteras a trenes y vehículos.
Para muchos la foto de ese
niño en la playa es un golpe al corazón, otros ven en ella solo morbo, cada uno
sabrá que le produce, pero debería al menos azotar a los gobiernos europeos
para que despierten a un desastre humanitario a resolver. Hay muchos otros
refugiados en peligro en América y Oceanía, también deberíamos hablar de ellos
y no esperar otra imagen desgarradora.
Duerme. La marea lo acaricia
en un vaivén que acuna y puedo imaginar, sentir el arrullo del mar; deseo
fervientemente que despierte y el corazón se me estruja sabiendo que no podrá
ser, que se ha llevado sus risas y sueños. Y quedamos nosotros, en un mundo que
permite esta ignominia y que quizás solo se escandalice hasta la próxima
noticia.
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