sábado, 12 de septiembre de 2015

DUERME

Hay una diferencia importante entre los términos “migrantes” y “refugiados”, mientras los primeros dejan su país en busca de una mejora en la calidad de vida, los segundos huyen de su país por el miedo a los conflictos armados y persecuciones que sufren, huyen para salvar la vida de su familia y volver no es una opción. El Derecho Internacional asiste a los refugiados con el derecho de asilo, y no puede impedírseles el ingreso o deportarlos para que regresen al país en el que su vida o libertad está en grave y seguro peligro. Sin embargo todas las campañas políticas europeas muestran a los candidatos vociferando que impedirán el ingreso de los refugiados que son estigmatizados como la razón de los males económicos de su país. Se construyen muros, se arman patrullas de control, se levantan campamentos de emergencia de condiciones indignas para que estas personas no se muevan y puedan ser devueltas. Cada año el flujo de familias que intenta salvar la vida tratando de ingresar a Europa aumenta. El mediterráneo los encuentra a bordo de embarcaciones atestadas que cuando naufragan producen un desastre en pérdidas de vidas. Hasta la paradigmática muerte del pequeño Aylan nadie, solo unos pocos, en la Unión Europea estaba dispuesto a mover un dedo por ellos, salvo para deportarlos. La vieja y guerrera Europa, la Europa de las luces, la Europa que migró hacia América cuando lo necesitó, la que se expandió bajo la potencia del colonialismo, civilizada y cruel, se molesta con los refugiados que llegan, y sobre los que, digámoslo, tiene responsabilidad.
El gran caudal de los refugiados que hoy intenta llegar a Europa para salvar su vida proviene de tres países, Afganistán, Libia y Siria. Afganistán está en guerra desde hace más de 30 años, allí combatieron los rusos, allí Estados Unidos mandó a sus asesores para entrenar combatientes que luego formaron Al Qaeda, allí los Talibanes se quedaron con las ruinas que dejaron los ejércitos rusos, los milicianos armados por occidente y finalmente la coalición al mando de Bush. En Siria la guerra se desató con la primavera Árabe, con Estados Unidos armando y asesorando a quienes querían destituir al gobierno de Damasco de Bashar al- Assad, allí surgió el Califato de Isis, el Estado Islámico, que se quedó con todo el material bélico que occidente envió y lo utilizaron para profundizar una guerra civil feroz. En Libia también llegó la primavera Árabe y Francia propició operaciones aéreas de “protección” y bajo éste eufemismo derrocaron a Gadafi tan solo para asegurar el petróleo libio dejando al resto del país en estado de guerra civil de base tribal desde ese momento. En los tres países las operaciones militares encabezadas por EEUU, Rusia y Europa dejaron una nación en guerra civil y obligaron a millones de personas a huir desesperadas. Sobre esas personas se discute si se las ayuda o no. Indignante.
La llamada “crisis del mediterráneo” se refiere al flujo de refugiados que intenta llegar a Europa cruzando dicho mar, en el primer semestre de 2015 fueron, según estimaciones de la Agencia de Naciones Unidas para Refugiados, 137.000 personas. Solo en abril a raíz de los hundimientos murieron 1038 personas y a lo largo del primer semestre sería arriba de 1800 personas. A ésta altura del año las estimaciones nos hablan de 225.000 personas refugiadas llegadas a Europa, estas cifras no nos hablan de su sufrimiento, desarraigo, pérdida de salud y educación, no nos hablan de las familias desmembradas, las amistades perdidas, la cultura postergada,  no nos hablan de los que quedaron a merced de los “Señores de la Guerra”, muriendo y sufriendo bajo las armas, la tortura, el hambre, las enfermedades, la pérdida de toda infraestructura.
En Siria han huido 4 millones de personas a países vecinos y 8 millones se han desplazado en el interior de su país, los muertos se cuentan en 250.000 personas. En Libia se calculan 30.000 muertos y 200.000 desplazados, en Afganistán se calculan 150.000 muertes desde 2001. La miseria y el sufrimiento no parecen contarse, es que se trata de gente que solo “cuenta” a la hora de sus muertes.
La situación de los refugiados que llegan es caótica, sin dinero, alimentos, techo, documentos de ingreso, con problemas de idioma, quedan a la merced de la policía y agentes de fronteras que los persiguen como si de delincuentes se tratara. La ayuda ha comenzado espontáneamente encabezada por la gente que se compadece, mientras Ángela Merkel “reparte cuotas de recepción” entre los países y se digna a abrir sus fronteras a trenes y vehículos.
Para muchos la foto de ese niño en la playa es un golpe al corazón, otros ven en ella solo morbo, cada uno sabrá que le produce, pero debería al menos azotar a los gobiernos europeos para que despierten a un desastre humanitario a resolver. Hay muchos otros refugiados en peligro en América y Oceanía, también deberíamos hablar de ellos y no esperar otra imagen desgarradora.
Duerme. La marea lo acaricia en un vaivén que acuna y puedo imaginar, sentir el arrullo del mar; deseo fervientemente que despierte y el corazón se me estruja sabiendo que no podrá ser, que se ha llevado sus risas y sueños. Y quedamos nosotros, en un mundo que permite esta ignominia y que quizás solo se escandalice hasta la próxima noticia. 



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