Nació brillante, y pudo ser el
abogado que vistiera traje y caminara por el malecón con el bolsillo lleno de
los contratos de los gringos que hacían negocios en la Habana; pero decidió no
salvarse entre únicos e impares. Fidel Castro demostró su valía intelectual en
su auto defensa en el juicio al que fue sometido por la frustrada toma del
cuartel La Moncada, una pieza que gira con enorme lucidez en torno al derecho
de resistencia a la opresión y del que resultará su famosa frase “la historia
me absolverá”.
Si alguien espera que de una
sentencia final sobre Fidel y la revolución cubana, éste no es el texto.
Abundan otros en los que distintos autores pegan la etiqueta de santo o
demonio, como si se pudiera resumir en una frase medio siglo de los más fuertes
hechos políticos que, desde una pequeña isla en el Caribe, influyeron en el
mundo entero. “Juran los que saben, que
no saben nada pa´ entender lo tuyo … Habana”.
Es que es muy complejo analizar
tantas décadas de un régimen, y más si se trata de hacer una balance de sumas y
restas para ver el resultado final y dictaminar su suerte; sería una reducción
improcedente y engañosa. Por ejemplo si se determina que se trata de un
dictador se soslaya que Cuba tiene una de las más bajas tasas de mortalidad
infantil, y una de las más altas de alfabetización; al contrario si la suma es
positiva se ocultará que la oposición fue silenciada, los homosexuales
encarcelados, los artículos cotidianos un lujo. Y en ningún caso haremos
justicia. Es como mirar un gran cuadro a través del ojo de una cerradura y
decir, viendo tan solo una parte de la pintura, si es bueno o malo.
La revolución cubana ha dado frutos
dulces y amargos, seguramente la Cuba de hoy no es la soñada, es la que pudo
ser con lo que les dejaron hacer. Es indudable que bloqueo feroz al que se
sometió la isla tiene responsabilidad en muchas de las carencias de su
sociedad; otras carencias habrá que buscarlas en su ineficiente sistema
productivo.
No creo que haya que sacrificar la
libertad en el altar de la igualdad, y tampoco viceversa. Es cierto, conciliar
libertad e igualdad, la gran tensión a resolver en los sistemas políticos
reales, es muy difícil. Fidel construyó
un régimen con libertades políticas disminuidas, donde toda disidencia se
consideró traición, una autocracia aceptada sobre la base de una actualización
cotidiana del ideario revolucionario en la que otras voces no eran admitidas.


Puerto Rico, otra isla del Caribe,
optó por la solución diametralmente opuesta al renunciar a parte de su libertad
para transformarse en un Estado asociado a EEUU; hoy el Estado boricua está
quebrado, su representante mendigando en Washington y sus jóvenes con una
ciudadanía altamente disminuida. No parece ser una realidad atractiva.
Fidel supo adaptarse y sobrevivir a
invasiones como la de Bahía de los Cochinos, a terrorismo económico como el del
Plan Mangosta de la CIA, exportó sus ideas a Angola, influyó en todo el mundo
como una molesta piedra en el zapato de las potencias. Y también es el
dictador, el autócrata, el de las libertades censuradas y las góndolas
carentes. Es imposible poner una etiqueta a medio siglo de régimen. Hay que
analizarlo, decir lo que está bien y lo que está mal, tomar como faro sus
logros y no negar sus oscuridades para no replicarlas. Eso es analizar,
dividir, pensar las cosas con equilibrio.
Luego sí, están las afiliaciones
sentimentales, aquí todo vale. El carisma de Fidel aun hoy conmueve a gente que
cree en las utopías y se puede abrazar desde éste lugar a un Fidel completo y
heroico. Y también movilizará los odios, las repulsas, los que lo ven como un
personaje nefasto, quizás como un necio responsable de un régimen que se
califica de ineficiente y anacrónico. La figura de Fidel también acepta estos sentimientos,
toda vez que alguien se posiciona de modo tan fuerte y distinto, sabe que
pueden hacer de su ícono pedazos.
Ahora, como él mismo dijo, es el momento de la historia.
Ahora, como él mismo dijo, es el momento de la historia.